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El secreto masónico

Columnas

A la Masonería siempre se la ha acusado de ser secreta. Basta revisar sus reglamentos o entrar en los numerosos sitios web de logias u obediencias para comprobar que esta acusación no tiene fundamento. Pero no podemos negar que los masones sí guardamos secretos. Fundamentalmente, mantenemos una discreción absoluta sobre la filiación de aquellos masones que, en el uso de su libertad, deciden no hacer pública su condición masónica. Y aunque los rituales pueden ser consultados en numerosas webs o en los estantes de bibliotecas especializadas, mantenemos discreción sobre palabras de paso y gestos, una suerte de pretéritas contraseñas para reconocernos entre nosotros como masones.

Estos son los secretos que nos han llevado a ser acusados de los peores crímenes y de las más malvadas intenciones. Pero existe un secreto masónico mayor, un secreto íntimo y privado, que todo masón mantiene en su corazón: las diferentes vivencias, las experiencias personales de su paso por la masonería, su reflexión ante los símbolos, su crecimiento en los trabajos, su mejora personal al situarse frente a sus hermanos, expuesto, sin más escudo que la fraternidad que preside esa convivencia a la que llamamos Masonería.

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