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Las herramientas masónicas

Atlas

Desde que Benjamín Franklin definiera al ser humano como «el animal que hace herramientas», son muchos los pensadores y filósofos que han centrado en este atributo de homo faber para diferenciar nuestra especie del resto de los seres que pueblan la Tierra.

Karl Marx, Henri Bergson, Hannah Arendt o Max Frisch intentaron definir, desde ángulos y perspectivas diversas, la profunda relación entre la «humanidad» y las capacidades para la fabricación y manejo de útiles. Reflexiones que se vieron superadas cuando los estudios etológicos de Jane Goodall, en la década de los 60 del siglo XX, probaron que los chimpancés también tenían capacidad para crear y utilizar herramientas. Hasta la fecha se han incorporado a la lista de animal faber varias especies de simios, algunos roedores, elefantes, aves, incluso los «estúpidos» pulpos.

Sin embargo, ese pinzón carpintero que busca, recorta y afina espinas de cactus para darles la longitud y forma adecuadas que le permita extraer una larva de un tronco, o ese chimpancé adulto que enseña a los miembros más jóvenes de su grupo cómo utilizar una rama para comprobar la profundidad de un curso de agua, no han atribuido, a esas herramientas, una connotación simbólica.

Las herramientas (masónicas o no) como representación de ideas. Como una forma evocadora de acercarnos a conceptos y poder verbalizarlos. Palancas de pensamiento, catalizadores que hacen tangible lo etéreo. Herramientas que hacen que podamos comunicarnos y sentir que pertenecemos a un grupo común, formado por todos los seres humanos. Atribuir a esas herramientas un poder superior al mágico: la capacidad para ayudar al Ser Humano a centrarse en lo importante.

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